jueves, 14 de abril de 2022

CHOVE EN SANTIAGO

Y llegó el día, mochila a la espalda y el frío de la mañana saludando una nueva jornada, un nuevo Camino; reencuentro con sensaciones no olvidadas pero sí aletargadas, y es que habían pasado casi tres años desde la última vez que la cruz amarilla me había indicado el alfa y omega de la peregrinación xacobea. 



Petirrojos, tarabillas y currucas ponían el telón de fondo sonoro a mis pasos en pos de una peregrinación que tiene infinidad de motivaciones y un solo sentido: el de la búsqueda de uno mismo.



La luz era otra de las protagonistas, luz tamizada por nubes que anunciaban lluvia, otra de las compañeras inseparables del camiño das estrellas aunque estas nubes venían acompañadas de un mensaje del dios Eolo que pronto dejó claro que los páramos gallegos son territorio de las fuerzas de la Naturaleza, ahora y siempre.



Hayas, sabinas, castaños y acebos, además del austral eucalipto flanqueaban mi discurrir mientras miraba embelesado a las viejas casas que en algún momento indeterminado dieron cobijo a lugareños que sacaban de la tierra el sustento a golpe de azada y guadaña.



Todo estaba en su lugar,  riachuelos y regatos de ritmo acompasado, piedras descoloridas reposando en hitos maltrechos, caballos galaicos pastando un pasado glorioso o cachenas y rubias gallegas rumiando indiferencia frente a los intrusos de su tranquilidad.



Mis pasos me llevaron junto a cruceiros pétreos, mástiles cristianos que señalizan lugares de poder e intercesión, de recuerdo y aviso, marcando un necesario descanso en las corredoiras angostas y milenarias por las que generaciones de peregrinos fueron y vinieron de su viaje de redención.



Especial recuerdo guardo de la Capela de Santa Lucía en San Paio o de la Ermida de San Marcos en el monte do Gozo donde reposa un guijarro blanco en su flanco suroeste que deposité para dejar atrás miedos pretéritos.



Y de esta forma llegué al Locus Sancti Iacobi, teniendo como referencia su plaza del Obradoiro, que una vez más me acogió con alalás, muñeiras y alboradas mientras que la lluvia lavaba mi rostro de penas y tristezas. 



Con presteza me dirigí a la insigne obra del Maestro Mateo que puso techo al epicentro devocional donde reposan los restos del hijo de Salomé y Zebedeo, el que perteneció al círculo de dilectos de Jesús; y allí me postré y recé esperando volver a ver al Mayor desde el roquedal marino de la punta de A Virxe da Barca el casco en Muxía, con el viento del mito de una Gallaecia atávica y primigenia.



Tras mi ensoñación llena de perfumes esparcidos por un botafumeiro de plata paseé sin rumbo por ruas como las del Villar, Calderería, Nova o San Francisco escuchando los acordes de meigas de la música actual como Luar na Lubre o Tanxugueiras con el sabor dulce de una tarta con cruz en el paladar y mi cuaderno de campo lleno de futuras búsquedas como "Las leyendas tradicionales gallegas" de Leandro Carré Alvarellos o la música de Ialma.



Y así me despedí de otro Camino de Santiago, musitando un hasta pronto cargado de emoción y anhelo mientras que una melodía me susurraba al oído "Chove en Santiago, Meu doce amor Camelia branca do ar Brila entebrecida ao sol. Chove en Santiago, Na noite escura. Herbas de prata e sono Cobren a valeira Ia". ¡Unha aperta, ultreia et suseia!








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