domingo, 1 de febrero de 2015

EDITORIALBLOG. La dignidad de lo anónimo.

"...personas que pasan desapercibidas en nuestro transcurrir diario pero que han marcado y siguen marcando hitos de dignidad que nos reconcilian con la Humanidad"

Si tuviéramos que identificar un rasgo distintivo de parte de la sociedad actual, este sería sin lugar a dudas, el afán de notoriedad, la búsqueda de la fama más frívola o conseguir el éxito superficial y hueco a cualquier precio. 


Aparecen en este "ecosistema de los flashes" individuo que son encumbrados por los medios de comunicación como ejemplo para una sociedad ávida de nuevos héroes y mitos, de referentes en los que mirarse durante unos minutos para pasar al instante a observar a otros maniquíes del postureo.
Es este un campo abonado para algunos deportistas, cantantes, actores e incluso políticos que, cual Narciso, se miran al espejo de lo ilusorio, de lo postizo, de lo irreal, de lo aparente y de todo lo que parece y no es.


Partiendo de la libertad individual que todo ser humano tiene para decidir como llegar a su Ítaca, lo preocupante de este fenómeno es sin duda el carácter aleccionador que ejercen sobre una sociedad más pendiente de estos destellos volátiles de fama que de referentes refulgentes y contrastados.
Es por ello que conocemos las idas y venidas de personajes del papel cuché, pero no hemos oído hablar nunca de hombres y mujeres que con su trabajo, esfuerzo, dedicación y perseverancia, han hecho de este planeta azul un lugar donde merezca la pena seguir creyendo en la esperanza, ese abrazo reconfortante que Elpis o Spes nos proporcionan en ocasiones.


No entraré a criticar en este momento a los bufones de lo efímero, no quiero contribuir a su borrachera de notoriedad, tiempo habrá para criticar su hidromiel de vanagloria aguada. Prefiero centrarme en algunas personas que pasan desapercibidas en nuestro transcurrir diario pero que han marcado y siguen marcando hitos de dignidad que nos reconcilian con la Humanidad.
Me refiero por ejemplo a James Goodall y su defensa a ultranza de los chimpancés, su vida es un ejemplo de desprendimiento, superación personal y respeto hacia el resto de los seres que habitan este planeta. Su imagen es reconocida a nivel internacional, y así se ratificó en nuestro país con la entrega del Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica en 2003. 



Malala Yousafzai sería otra de esas figuras anónimas hasta hace poco, una niña que ha mostrado la fortaleza de la perseverancia, esta joven pakistaní sufrió un brutal ataque por parte del régimen talibán al intentar ejercer su derecho a ir a la escuela, el Premio Nobel de la Paz en 2014 y su intervención en la sede de las Naciones Unidas callan muchas bocas de voceros de lo intrascendente.


Sitúo ahora la lupa de la verdadera notoriedad en Paul Rusesabagina, este gerente de un hotel que en el genocidio de Ruanda en 1994 protegió a más de 1.200 personas de la violencia desatada de los hutus. Su acción fue llevada al cine con gran acierto en 2004 en el film de Terry George, "Hotel Rwanda".

Siguiendo nuestro recorrido por el mapa de los verdaderos merecedores de la gloria y la fama recalo ahora en un nombre, Naoto Matsumura, un japonés que tras la catástrofe de la central nuclear de Fukushima en 2011, fue el único habitante de Tomioka en quedarse para no dejar abandonados a las mascotas y animales del lugar, y allí sigue, alimentando a estos seres magníficos a pesar de estar expuesto a la radiación. Un respeto inmenso hacia esta persona me embarga al pensar en su comportamiento.


Siempre pensamos que uno mismo, de manera individual, poco o nada puede hacer para cambiar el rumbo de los acontecimientos que nos sobrepasan, que los designios están ya cincelados en la dura piedra de la realidad y que solo los poderosos pueden cambiar las cosas, conformándonos con las migajas de la rutina.
Y es que las paradas en este recorrido de la solidaridad anónima sería interminables, valga como ultima parada de esta entrada la referencia a Julia Butterfly Hill, una mujer que, cual Cosimo en la obra de Italo Calvino "El Barón Rampante", se encaramó a una secuoya durante dos años para defender un bosque ancestral de 60 mil hectáreas, consiguiendo al final un acuerdo con la compañía maderera para salvar ese árbol y todos los que había en cien metros a la redonda.


Estos hombres y mujeres a los que me he referido son la confirmación de que todos podemos ser una piedra en un estanque, generadores de ondas que lleguen a cambiar la parsimonia de lo intrascendente, produciendo un efecto mariposa.
Debemos situar el verdadero prestigio en aquellos seres humanos que lo merecen y que pasan desapercibidos debido a un sonambulismo inducido por intereses muy diversos que se reconfortan ante el seguidismo borreguil de las masas hacia los autómatas de la farándula.
Para ilustrar esta reflexión y como prueba inefable de que todos podemos llegar a obtener el verdadero honor, aunque este sea anónimo, sirva como despedida e ilustración de todo lo que aquí se ha dicho el maravilloso cuento de Jean Giono "El Hombre que plantaba árboles", simplemente magnífico.



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