"... estas pequeñas-grandes cosas de nuestro día a día que hablan mucho de cómo somos".
Como muchos ciudadanos y
ciudadanas, que no súbditos y súbditas, como les gustaría denominarnos a
algunos; o gobernados y gobernadas, que es el apelativo más del gusto de los
que nos quieren dirigir, a diario camino por una ciudad de cuyo nombre quiero
acordarme hoy, con permiso del genial escritor, Ciudad Real.
Caminar por sus calles se ha convertido en un verdadero tour de obstáculos físicos y visuales, encontrándonos por ejemplo cada pocos metros con “pintadas” que quieren ser graffitis pero que carecen del más mínimo contenido artístico, siendo más bien una agresión visual más cercana a los campos del despropósito y del vandalismo que a un mínimo de conocimiento y ejecución estética, que es lo que significa el Graffiti con mayúsculas, algo que solo en algunos rincones de esta ciudad podemos disfrutar los que creemos en la genialidad de esta plasmación contemporánea de la realidad, siendo un ejemplo la imagen que inicia esta nueva entrada en optioenhispania.
A diferencia de lo que ocurre en
otras ciudades españolas, donde estas “manchas” en paredes y mobiliario urbano
aparecen en los barrios periféricos, un paseo por cualquiera de las calles más céntricas de Ciudad Real, incluida
la propia Plaza Mayor, nos muestra este museo al aire libre de la dejadez y el
mal gusto… la verdad muy llamativo y sintomático.
Lo más sorprendente de esta
situación es el hecho de que muchas de las personas que pasan por estas calles
o no ven estas filigranas del simplismo o no quieren verlas, haciendo bueno el
dicho que dice que “no hay peor ciego que el que no quiere ver las cosas”.
A esto se suma la miopía de los
responsables municipales, interesados únicamente en gestionar la imagen de
corporación desde las plataformas mediáticas amables, en lugar de bajar al
ruedo de la realidad diaria de los ciudadanos de la ciudad (perdón por utilizar
un término taurino). Es más, ellos mismos se han aficionado a extender estos
trazos de color, en concreto, el azul, por numerosas calles, consiguiendo con
ello que muchos ciudadanos y ciudadanas se hayan movilizado para eliminar esas
manchas recaudatorias.
Cuando uno pasa unos días fuera
de esta ciudad y vuelve, se produce un impacto visual, surgiendo de manera
ineludible la comparación con esos otros lugares en los cuales las pintadas y
la suciedad brillan por su ausencia, siendo paradigma de esta afirmación
ciudades como Bilbao, Elche o la inigualable Oviedo, que ha recibido en varias
ocasiones el galardón “Escoba de platino” a la ciudad más limpia de España.
Qué estén tranquilos los
responsables políticos locales, que no van a tener que recoger este galardón,
como tampoco tendrán que recoger ningún premio referente a la variedad, a la calidad
ni al nivel de las actividades culturales a las cuales nos tienen acostumbrados.
No hay que buscar la cuadratura
del círculo, esta situación tal vez se deba a un hecho simple, que la ciudad es la imagen de los que vivimos
en ella, de los que hacen pintadas, de los que tiran papeles y otras
inmundicias al suelo teniendo una papelera a tres metros, de los dueños de
perros que no recogen las deposiciones de sus mascotas, de los bebedores del
sanjueves, de los fumadores que ni tan siquiera se digna a apagar las colillas…
Pero y los ciudadanos y
ciudadanas (sigo empleando este término molesto para algunos) que si respetamos
las normas cívica y de conducta social, que nos guardamos el papel en el
bolsillo hasta encontrar una papelera donde depositarlo, que recogemos
escrupulosamente con una bolsita los excrementos de nuestras mascotas, que no
hacemos pintadas, que no dejamos los vasos y las botellas de nuestras
celebraciones en la vía pública, ¿Por qué tenemos que soportar a diario esta
situación? ¿Vivimos en una sociedad que como decía la carta del indio Seattle
al presidente de los Estados Unidos se asfixiará en sus propios excrementos?
Pienso que si camináramos por una
ciudad más limpia esa situación podría generar un comportamiento de la gente en
esa misma dirección. No se trata únicamente de que los servicios de limpieza
municipales hagan su trabajo, que lo hacen y bien, sino de que nos
concienciemos del tipo de educación que estamos dando a un niño o niña cuando
los mayores tiramos un papel, una bolsa o un bote al suelo en lugar de
depositarlo en una papelera.
Dice el refranero que es sabio,
que “no es más limpio el que más limpia, sino el que menos ensucia”, tal vez
para resolver los grandes retos de la actualidad deberíamos comenzar por ahí,
por estas pequeñas-grandes cosas de nuestro día a día que hablan mucho de cómo
somos.
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